jueves, 15 de julio de 2010

Crecer.

Me proponía soñar. Yo me agarraba a mi asiento, y procuraba pisar bien el suelo. Me hablaba de pasiones, y yo a él de corazones rotos hace ya tiempo. Me decía que quería amor; yo, por una vez, quería hechos. Quería poesía, y yo, una caña. Quería mundo, y yo no tenía ganas de ofrecerle más que el bar de la esquina. Me reclamaba lo que yo le pedí un día, lo que no me supo dar.
Todo caduca.
Y una se da cuenta de que no todas las noches son buenas para mirar las estrellas.


lunes, 5 de julio de 2010

Sentada al borde de mí

Tout en chantant sur le mode mineur
L'amour vainqueur et la vie opportune,
Ils n'ont pas l'air de croire à leur bonheur
Et leur chanson se mêle au clair de lune
PAUL VERLAINE

Salté y en un momento conseguí
O L V I D A R M E
D E
T I

sábado, 3 de julio de 2010

It is fun, but not always

-Cómo pesan los años-dijo.
Emitió esta manida afirmación dejándose caer en la cama. La emitió al aire, porque una noche más, estaba sola. Y saboreó sus palabras, disfrutando de la potestad que le conferían los años para poder afirmar tal lugar común con conocimiento de causa. Me atrevo a decir que casi, lo dijo con gusto. Y es normal, después de una plenísima juventud en la que lo único que sobra es vida y todo lo que falta es experiencia. Era esa falta de vida y experiencia la que presumiblemente le había llevado a estar hoy sola, en ese piso vacío, estándar. Ordenado, funcional. Hacía veinte años era la reina del desorden, y enarbolaba el argumento de la inutilidad de hacer la cama para luego deshacerla (tanta inutilidad como suponía subir una montaña, o hacer footing para volver al mismo sitio, correr por correr). Ahora, se había dado cuenta que ya el romanticismo y el desorden no le valían para mucho. Para nada. Y era muchísimo más cómodo (y funcional, ya puestos) vivir dentro de los parámetros de la normalidad.
Se desplomó en aquella cama tras un día duro, tras lidiar inútilmente con jefes y subordinados, con el poco convencimiento de quien lucha por una causa que, en realidad, le es indiferente. Su día, sus días últimos habían estado teñidos por una suerte de nostalgia (la que te sobreviene al cumplir años y no soplar velas por no tener con quién, y por no tener espacio en la tarta, ni pulmones para soplarlas todas después de tantos años (y lo que quedaba) de ser fumadora empedernida).
Le pesaban los años. Le pesaban en las canas que cada dos semanas se dedicaba a maquillar, parapetada tras una revista Pronto (que ni le iba ni le venía, pero mataba el tiempo). Le pesaban las arrugas de sus manos, las patas de gallo, las cremas carísimas y inservibles en la misma proporción. Le pesaba el teléfono, que sonaba, esperando que alguien lo fuese a contestar, y la certidumbre de que sólo ella podía hacerlo en esa casa. Le pesaba el bolso, con ese libro que no terminaba de leer, por pereza o por aburrimiento. Y también los ruidos de la calle, y los anuncios de vacaciones familiares, y los monovolúmenes. Le pesaba ese ron que bebía por las noches, tras haber asumido que sobraba en un bar nocturno -"a mis años"- para pedirse una copa. Ese amplio etcétera.
En esos momentos, inmóvil, veía todo esto pasar por su cabeza lentamente, como se van viendo a los caballitos de un tiovivo que gira, con el tiempo de observar y interiorizar, antes de que se marche hasta la siguiente vuelta. Al incorporarse, se acercó para alcanzar un pijama muy hortera que le había regalado su sobrina las navidades pasadas, en un acto de inmensa generosidad para con su tía "la soltera". Tócate los huevos. El pijamita de marras rezaba a lo largo de la goma que oprimía las caderas: Life is fun. Repetidas veces.
De puro absurdo, no pudo reprimir la carcajada.
Y lo peor, es que al final - a pesar de las toneladas que los años le echaban encima-, el dichoso pantalón tenía razón, pues le sacó una carcajada.
It is, actually

jueves, 1 de julio de 2010

Sólo era un sueño de una tarde de calor

Se vio allí. Rodeada de tanta gente. Adultos, algunos casi ancianos. Gente que había vivido, y mucho; habían vivido guerras, desamores, amores, pasión enorme, embarazos y abortos. Todos ellos, sumando sus vidas habían vivido casi todo lo vivible. Y allí, en aquel cuarto que rezumaba experiencia y currículum de vida, se sintió abrumada. No por esta vida que emanaba de cada palabra, de cada chiste, de cada reflexión; ni por eso, ni por el asfixiante calor de aquel incipiente mes de julio. Le abrumaba él, con la corta experiencia en vivir que tenía, similar a la suya propia. Era tanto el tiempo que llevaba deseando sentir un cosquilleo interno al ver a alguien que, ahora, no sabía cómo manejar ese cosquilleo. Quería que en su tripa existiese un botón de on/off incorporado, que la permitiese reflexionar (como todos aquellos contertulios experimentados en la vida) antes de decir insensateces al enfrentarse a una conversación cara a cara. Pero, claro, eso no existía. Sólo existía su voz, grave para la ocasión, su mirada aún inocente, y sin embargo ávida de vida, de esas experiencias que casi podías coger al vuelo en aquel cuarto. Sentía su pasión a ritmo de Beethoven, aunque, todo hay que decirlo, la vida real es mucho más puta, y no suena Beethoven. Suenan cláxones, gritos y llanto. Alguna carcajada, eso siempre. Pero, siendo un poquito pragmática reparó (no aquel día, ya hace mucho) que Beethoven se queda en los auditorios. Igual Chopin, y las llantinas que podía proporcionar su música en un momento de flaqueza, las poesías de Bécquer –pura ficción-, o un Mendelssohn, o un Mozart (en Re menor). Eso se quedaba en casa, en el auditorio (donde no es políticamente correcto llorar), en un formato de Compact Disc, en la “playlist” del Spotify, o, siendo afortunados, en el iPod. Pero eso no existía. Beethoven no era compatible con la vida real. Suponía demasiado virtuosismo, pero no instantáneo: nuestras pasiones son capaces de conseguir un trino, pero no un Concierto de 40 minutos. No nos dura tanto, la intensidad es breve, efímera. Puede que en eso estuviera la gracia. Aunque, puede también, que en su certeza absoluta estuviera absolutamente equivocada. ¿Qué te daba menos de una veintena, aparte de la maravillosa vida por delante? Poco. Poco conocimiento, y mucha pasión arrebatadora que estalla sin avisarnos de la caída. Puede que para alguno de aquellos compañeros de reunión su afirmación resultara errónea. Puede que para ellos el amor, la vida, lo que fuera, hubiera podido superar a la más hábil orquestación de Beethoven, llegando de lo sonoro a lo háptico. Puede. Pero ella seguía ensimismada mirándole las pestañas oscuras, y aquel horrendo bañador, mientras mentalmente escuchaba en concierto para violín y orquesta en Re Mayor. ¿Cómo que de quién? C’est clair