sábado, 3 de julio de 2010

It is fun, but not always

-Cómo pesan los años-dijo.
Emitió esta manida afirmación dejándose caer en la cama. La emitió al aire, porque una noche más, estaba sola. Y saboreó sus palabras, disfrutando de la potestad que le conferían los años para poder afirmar tal lugar común con conocimiento de causa. Me atrevo a decir que casi, lo dijo con gusto. Y es normal, después de una plenísima juventud en la que lo único que sobra es vida y todo lo que falta es experiencia. Era esa falta de vida y experiencia la que presumiblemente le había llevado a estar hoy sola, en ese piso vacío, estándar. Ordenado, funcional. Hacía veinte años era la reina del desorden, y enarbolaba el argumento de la inutilidad de hacer la cama para luego deshacerla (tanta inutilidad como suponía subir una montaña, o hacer footing para volver al mismo sitio, correr por correr). Ahora, se había dado cuenta que ya el romanticismo y el desorden no le valían para mucho. Para nada. Y era muchísimo más cómodo (y funcional, ya puestos) vivir dentro de los parámetros de la normalidad.
Se desplomó en aquella cama tras un día duro, tras lidiar inútilmente con jefes y subordinados, con el poco convencimiento de quien lucha por una causa que, en realidad, le es indiferente. Su día, sus días últimos habían estado teñidos por una suerte de nostalgia (la que te sobreviene al cumplir años y no soplar velas por no tener con quién, y por no tener espacio en la tarta, ni pulmones para soplarlas todas después de tantos años (y lo que quedaba) de ser fumadora empedernida).
Le pesaban los años. Le pesaban en las canas que cada dos semanas se dedicaba a maquillar, parapetada tras una revista Pronto (que ni le iba ni le venía, pero mataba el tiempo). Le pesaban las arrugas de sus manos, las patas de gallo, las cremas carísimas y inservibles en la misma proporción. Le pesaba el teléfono, que sonaba, esperando que alguien lo fuese a contestar, y la certidumbre de que sólo ella podía hacerlo en esa casa. Le pesaba el bolso, con ese libro que no terminaba de leer, por pereza o por aburrimiento. Y también los ruidos de la calle, y los anuncios de vacaciones familiares, y los monovolúmenes. Le pesaba ese ron que bebía por las noches, tras haber asumido que sobraba en un bar nocturno -"a mis años"- para pedirse una copa. Ese amplio etcétera.
En esos momentos, inmóvil, veía todo esto pasar por su cabeza lentamente, como se van viendo a los caballitos de un tiovivo que gira, con el tiempo de observar y interiorizar, antes de que se marche hasta la siguiente vuelta. Al incorporarse, se acercó para alcanzar un pijama muy hortera que le había regalado su sobrina las navidades pasadas, en un acto de inmensa generosidad para con su tía "la soltera". Tócate los huevos. El pijamita de marras rezaba a lo largo de la goma que oprimía las caderas: Life is fun. Repetidas veces.
De puro absurdo, no pudo reprimir la carcajada.
Y lo peor, es que al final - a pesar de las toneladas que los años le echaban encima-, el dichoso pantalón tenía razón, pues le sacó una carcajada.
It is, actually

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