jueves, 1 de julio de 2010

Sólo era un sueño de una tarde de calor

Se vio allí. Rodeada de tanta gente. Adultos, algunos casi ancianos. Gente que había vivido, y mucho; habían vivido guerras, desamores, amores, pasión enorme, embarazos y abortos. Todos ellos, sumando sus vidas habían vivido casi todo lo vivible. Y allí, en aquel cuarto que rezumaba experiencia y currículum de vida, se sintió abrumada. No por esta vida que emanaba de cada palabra, de cada chiste, de cada reflexión; ni por eso, ni por el asfixiante calor de aquel incipiente mes de julio. Le abrumaba él, con la corta experiencia en vivir que tenía, similar a la suya propia. Era tanto el tiempo que llevaba deseando sentir un cosquilleo interno al ver a alguien que, ahora, no sabía cómo manejar ese cosquilleo. Quería que en su tripa existiese un botón de on/off incorporado, que la permitiese reflexionar (como todos aquellos contertulios experimentados en la vida) antes de decir insensateces al enfrentarse a una conversación cara a cara. Pero, claro, eso no existía. Sólo existía su voz, grave para la ocasión, su mirada aún inocente, y sin embargo ávida de vida, de esas experiencias que casi podías coger al vuelo en aquel cuarto. Sentía su pasión a ritmo de Beethoven, aunque, todo hay que decirlo, la vida real es mucho más puta, y no suena Beethoven. Suenan cláxones, gritos y llanto. Alguna carcajada, eso siempre. Pero, siendo un poquito pragmática reparó (no aquel día, ya hace mucho) que Beethoven se queda en los auditorios. Igual Chopin, y las llantinas que podía proporcionar su música en un momento de flaqueza, las poesías de Bécquer –pura ficción-, o un Mendelssohn, o un Mozart (en Re menor). Eso se quedaba en casa, en el auditorio (donde no es políticamente correcto llorar), en un formato de Compact Disc, en la “playlist” del Spotify, o, siendo afortunados, en el iPod. Pero eso no existía. Beethoven no era compatible con la vida real. Suponía demasiado virtuosismo, pero no instantáneo: nuestras pasiones son capaces de conseguir un trino, pero no un Concierto de 40 minutos. No nos dura tanto, la intensidad es breve, efímera. Puede que en eso estuviera la gracia. Aunque, puede también, que en su certeza absoluta estuviera absolutamente equivocada. ¿Qué te daba menos de una veintena, aparte de la maravillosa vida por delante? Poco. Poco conocimiento, y mucha pasión arrebatadora que estalla sin avisarnos de la caída. Puede que para alguno de aquellos compañeros de reunión su afirmación resultara errónea. Puede que para ellos el amor, la vida, lo que fuera, hubiera podido superar a la más hábil orquestación de Beethoven, llegando de lo sonoro a lo háptico. Puede. Pero ella seguía ensimismada mirándole las pestañas oscuras, y aquel horrendo bañador, mientras mentalmente escuchaba en concierto para violín y orquesta en Re Mayor. ¿Cómo que de quién? C’est clair

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